Assassini
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Primero fue el impacto de encontrar a su hermana sor Valentine con un tiro en la cabeza, tendida en la capilla de la antigua mansión familiar. Después, la noticia del misterioso asesinato de Curtis Lockhardt, amigo de Valentine y hombre influyente en el Vaticano, en un rascacielos de Manhattan. Mientras, en Roma, el Papa Calixto IV agonizaba. Si bien todo aquello podían ser trágicas coincidencias, Ben Driskill tenía la certeza de que el azar nada tenía que ver con los crímenes.
Para el brillante abogado, católico renegado e hijo de un importante hombre de negocios con influencias en la Santa Sede, la secuencia de los hechos no dejaba lugar a dudas:
Valentine, aparte de ser su adorada hermana menor, era también una activa religiosa, cuyos trabajos como escritora habían logrado irritar, con excesiva frecuencia, a la curia vaticana.
Por su parte, Curtis Lockhardt había sido un banquero, profundamente enamorado de Valentine, y el principal asesor del Papa en cuanto a transacciones financieras y tráfico de influencias.
Si Calixto IV estaba a punto de morir, era evidente que las distintas facciones católicas ya pugnaban por controlar el Vaticano. Lo único cierto es que Valentine y Lockhardt eran sus primeras víctimas. Unas muertes que no quedarían impunes, incluso si aquello significaba que Ben tuviera que enfrentarse a una conspiración siniestra y a los defensores más peligrosos de la Santa madre Iglesia: los assassini.