La tía marquesa
Cuando en el majestuoso palacio de los barones Safamita, en el pueblo siciliano de Sarentini, Constanza abrió por primera vez sus ojos bicolores a la vida, no podía imaginarse cuánto habría de luchar por encontrar su lugar en el mundo.
Con su enmarañada cabellera pelirroja como enseña, tuvo que aceptar el desprecio de su madre, que jamás le perdonó su exótico aspecto ni el hecho de que no hubiera nacido varón. De nada le sirvió su natural delicado, obediente y sumiso, ni su extraordinaria capacidad para amar.
Creció escondida entre las faldas de su nodriza Amalia, al abrigo de las mujeres de servicio, y el único que supo ver en ella las cualidades majestuosas de su bondad y la lucidez de su espíritu limpio fue su padre, el baroncito, quien la convirtió en la única heredera de la inmensa fortuna familiar.
La joven Constanza tuvo que enfrentarse por ello al rencor de toda su avariciosa familia. Sin embargo, con los años esa joven asustadiza aprendió a defenderse de la mezquina e hipócrita nobleza siciliana, para acabar convirtiéndose en una dama admirable. Administró sus bienes con generosidad y cordura, soportó con entereza los devaneos de su mujeriego marido, ayudó más de lo permitido a su familia y sirvientes …
En una sociedad donde la avaricia, la mentira y la doblez eran moneda de cambio, Constanza vivió sin esconder nunca su bondad, su lealtad y su integridad. Porque acaso no haya otra forma de vivir.